Las madres no sólo pueden cambiar el mundo… ya lo están haciendo y de una manera insospechada. Ya es noticia en los titulares de Chile y el mundo la alarmante baja de las tasas globales de natalidad. Tenemos actualmente en Chile una tasa de natalidad de 1,16 hijos por mujer en edad fértil, mientras que la tasa mínima de reemplazo poblacional es de 2,1. El impacto de este fenómeno es epocal, una transformación social de una dimensión enorme a corto y mediano plazo.
De una manera al parecer imparable, las y los jóvenes están dejando de considerar como un hecho ineludible el reproducirse y esto ha comenzado a activar las alarmas de la sociedad, sin que ello se esté traduciendo aún en medidas concretas como política pública, al menos en nuestro país. Se calcula que de seguir esta tendencia, hacia el año 2080 la pirámide poblacional llegará a un punto crítico y comenzará a invertirse, lo que significa que habrá menos nacimientos que fallecimientos.
Este fenómeno nos obliga a poner atención en el mundo materno, a mirar con mucha más agudeza los motivos que subyacen, los cuales van mucho más allá del factor económico. Así lo han abordado algunos países, destinando enormes cantidades dinero y otras prebendas materiales a las parejas jóvenes por tener hijos. Sin embargo, esto no parece estar dando los resultados esperados.
En Corea del Sur, por ejemplo, el país con la tasa más baja del mundo (0,72 en 2023 y a la baja), el Estado ha llegado a gastar hasta 286 mil millones de dólares en los últimos 20 años, pagando sumas mensuales, subsidios para la vivienda, taxis gratis, pago de cuentas de hospital y de tratamientos in vitro; (también otras iniciativas como contratar niñeras de países asiáticos pobres o eximir del servicio militar a padres con 3 hijos) sin que por ello hayan logrado revertir la tendencia.
Este fracaso se debe tal vez a que las razones profundas no están ahí. Sospecho que la razón central está en un cambio social irreversible, que es la entrada masiva de las mujeres en el mundo “exterior”, o más bien en su relativa “salida” de los ámbitos puramente domésticos. Asimismo, el factor de desesperanza frente al futuro de un mundo poco estimulante (brechas de género, cambio climático, corrupción y sociedad de consumo) juega también un papel importante en esta resistencia tenaz a reproducirse.
Pero no solas. Aquí entramos de lleno al impacto social de la maternidad: ya no es posible cargar sobre las mujeres el peso de la gestación y la crianza; deben implicarse también los hombres y el resto de la sociedad; debe cambiar el imaginario colectivo al respecto y comenzar a considerar seriamente este fenómeno como uno de la mayor importancia social, política y económica, así como de salud pública. La maternidad debe hacerse más acogedora para las y los jóvenes. Las políticas públicas que apunten a ello no deben ser consideradas como “beneficios” para las mujeres, sino como inversión social. Un pequeño detalle que revela cuán lejos estamos de este cambio paradigmático es la redacción de la ley 20.545 de 2011 de permiso postnatal y parental, que habla de “descanso” para la madre: todas quienes somos madres sabemos que la realidad desmiente a gritos esa definición y que probablemente el texto fue redactado por algún señor desde su escritorio.
Dejemos de romantizar la maternidad. Ser madre es un arduo trabajo de tiempo completo y para siempre, demasiadas veces vivido en soledad y silencio. El hecho de que se haga con amor no significa que no sea un trabajo -un trabajo hasta ahora ad honorem-, que sostiene la maquinaria de toda la sociedad, al reproducir y mantener en funcionamiento a la fuerza de trabajo en todos sus niveles. A cambio, el patriarcado santifica a las madres, les dedica un día especial en el mes de mayo, pone flores y chocolates a los pies del ícono que ha puesto en el altar, ignorando a la persona que lo encarna. Y esto es lo que ha cambiado: las mujeres ya no quieren esa corona y las más jóvenes se niegan a representar ese rol, o al menos se preguntan si eso les conviene realmente.
Mientras no se entiendan las profundas razones que subyacen a este fenómeno, las mujeres seguirán negándose a ser fábricas de bebés. Aunque lo deseen desde el llamado biológico, éste chocará cada vez más con un entorno tan desalentador. De no ser así, la humanidad podría estar, a fines del presente siglo, en camino hacia su extinción … o bien, si optamos por el optimismo, dando un radical giro de timón a nuestro modelo de sociedad, cambiando drásticamente la consciencia, las formas de concebir, gestar y parir a nuestros hijos, nuestra manera de vivir en el planeta, el rol de los hombres en la familia, la organización de las comunidades y los valores que sustentan el bienestar y el cuidado de toda forma de vida.
